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Toma de escuelas y mejoras edilicias

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Desde hace semanas alrededor de 30 escuelas de la Ciudad de Buenos Aires han sido tomadas por estudiantes en reclamo de mejoras edilicias.

Y desde entonces se han escuchado diferentes voces a favor o en contra, sumado a que quien administra los recursos de la ciudad es un partido cuyo principal referente está siendo procesado por la justicia.

Aprovecho este espacio para intentar poner luz en un sólo hecho, que si bien no puede ser tomado fuera de contexto, trataré de aislarlo lo más posible: la toma de una institución educativa.

Es cierto que hay lugares en donde es un desastre completo estudiar. No sólo se caen mamposterías, sino que hay cortes de agua, de gas, de luz, y hasta hemos visto los argentinos aulas de emergencia construidas en cualquier lugar que dejaron de ser de paso para ser permanentes.

Es muy cierto que ante esta realidad los estudiantes tienen derecho a reclamar y la toma de un colegio, impidiendo su normal funcionamiento tiene mucho sustento: “así no podemos estudiar, hagan algo porque así no seguimos”, “basta”, “se nos va a caer el techo”.

Se observa además que muchos de estos grupos son politizados, que hay estudiantes que son usados por personas mayores para plantarse frente al jefe de gobierno, y que hay estudiantes que por oponerse a este tipo de manifestación son maltratados por sus pares.

Todo con un constante estado de alteración que no permite sentarse a pensar en paz.

Pero no menos cierto es que cuando la realidad es urgente, al menos yo, no puedo pedirle a un grupo de estudiantes que no tome un colegio por asalto, máxime si además trabajan en el colegio, lo pintan y ordenan.

Sobre la cuestión de hacer o no política hay que aclarar algo: todos somos hombres políticos, un chico que va a clase, se saca buenas notas, ayuda a sus maestros, va los sábados a arreglar la escuela, se queda después de hora discutiendo en asamblea sobre la forma de administración y organización de la institución también hace política. A veces se confunde “política” con “política partidaria”, la que corresponde a los partidos políticos.

Y ahora mi pensamiento: ¿qué pasaría si ante la gravedad del sistema de salud tomáramos los hospitales? ¿y si tomamos además las fábricas cuando despiden a un compañero? ¿y si cerramos además el Congreso de la Nación?

Entiendo que hay veces que la cosa es grave, y cuando no tenemos para comer hacemos un piquete, o cuando la escuela se cae nos atrincheramos. Repito, no sé si esa es la solución, no puedo cuestionarla livianamente. Pero quisiera saber qué pasaría si todos cerráramos las puertas de las instituciones que no funcionan.

Mi consejo, como alguien que no hace muchos años pasó por las aulas es que la mejor forma de reclamar es estudiando, siendo el mejor estudiante, teniendo 10 para repartir por todos lados, y yendo en horas libres a mejorar la escuela. Pero nunca cerrando un lugar que tiene en su naturaleza la vocación de estar abierto.

Quizás podríamos ser más creativos a la hora de hacer un reclamo. Si ante la falta de mejoras edilicias los estudiantes fueran “en malón” después de la escuela a cuidar enfermos, a leer a no videntes, a reparar bancos de plaza, con una remera roja que diga: así no podemos estudiar, el reclamo haría el mismo o más ruido, y sería mucho más legítimo.

Se trata de crear una protesta productiva en vez de una que paraliza.

Pero es sólo una opinión.

José Carmuega
Jefe Editorial
Revista Vivienda

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