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Centro Atómico Bariloche

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La estructura completa del reactor tiene la altura de un edificio de cuatro pisos.

Un tema aparte de los usos que se le dan al reactor experimental, aunque equivalente en importancia para la ciudadanía barilochense, son las medidas de seguridad alrededor del RA-6 para resguardar a personas y medio ambiente de hipotéticas fugas de radiactividad.

El ingeniero nuclear Aníbal Blanco señaló en primer lugar que “existe, a mi criterio, un gran respeto y confianza de la comunidad del Instituto Balseiro y del Centro Atómico hacia los expertos responsables de la investigación y desarrollo en temas relacionados a residuos radiactivos y al combustible gastado de reactores nucleares, debido mayormente a la larga trayectoria de la CNEA en estos temas y de la demostración continua de nuestros técnicos y científicos de un manejo seguro de los materiales radiactivos”.

Y añadió que en las instalaciones nucleares rige -en materia de seguridad- el concepto de “isla” es decir de aislamiento “porque existe la radiación ionizante o radiación nuclear” cuyo efecto perjudicial para el ser humano está demostrado desde fines del siglo XIX.

No obstante reconoce que muchas veces por desconocimiento se afirman falsedades acerca del RA-6. Una de ellas -refiere con cierta amargura- “es el mito urbano de que el agua que se usa en el reactor va a parar a las cloacas o lagos de la región”. Según informó, el agua es siempre la misma ya que recircula y es filtrada continuamente, dentro de un circuito cerrado al exterior.

PARA DETECTAR LO INVISIBLE
Nada parece más limpio, al ojo humano, que el interior del edificio del reactor de investigación de Bariloche y más todavía después de atravesar la doble escotilla hermética por la que se ingresa al amplio espacio -de una altura equivalente a cuatro pisos- donde se aloja la estructura del RA-6, en cuyo corazón tiene lugar la fisión atómica. Sin embargo, la premisa sobre la que reposan las medidas de seguridad biológicas allí adoptadas parte, sólo como hipótesis, de que adentro podría llegar a haber radiactividad.

De esa clase de “suciedad”, que es invisible se encargan de alertar las redes de sensores (foto) de control automático distribuidos en todo edificio, inclusive en los sistemas de ventilación. A toda persona que ingresa se le cuelga un dosímetro.

La doble compuerta apuntada, parecida a las de los submarinos para generar compartimentos estancos, marcan la separación neta entre “adentro” y “afuera”. En el pequeño habitáculo así delimitado, el visitante debe colocarse un guardapolvo largo y cubre zapatos de tela, porque se supone que puede estar ingresando a un área “contaminada”. Sólo una vez cumplido el ritual se abre la última escotilla para ingresar a donde se yergue el RA-6.

Fuente: Río Negro, 19/10

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