Arquitectura sustentable en Italia, Londres y Madrid
El concepto de sustentabilidad, derivado de desarrollo sostenible, no es nuevo. En el ya lejano 1987, este concepto ingresaba a las definiciones aceptadas por las Naciones Unidas “como el uso cuidadoso y responsable que debe de hacerse sobre los recursos naturales hoy en uso, para que las generaciones futuras tengan la posibilidad de seguir disfrutando de ellos y sobre esa base construir el tipo de sociedad que consideren mas adecuado”.(1)
Desde entonces, este concepto se echó a andar, adquiriendo con el tiempo diferentes y nuevas interpretaciones y vertientes. En la actualidad, las interpretaciones acerca de lo que es sustentable dependen de la óptica, los intereses y las intenciones de los que las producen.
Sin embargo no puede negarse que en la definición original sobrevuelan los conceptos de herencia, de permanencia, de continuidad. Por lo tanto sería válido afirmar que lo efímero, lo que se ejecuta porque es moda y lo trivial serian los opuestos de la sustentabilidad.
Desagregando este concepto original de sustentabilidad, podemos definir capítulos tales como la sustentabilidad productiva, la sustentabilidad social, la urbana o la cultural.
De la sustentabilidad productiva se puede ocupar la tecnología bien dirigida (último baluarte de la modernidad) pero ¿quién se ocupa de la sustentabilidad social en este siglo XXI de crisis y ajustes? – La sustentabilidad urbana encuentra su mayor campo de conflicto en la relación ciudad-automóvil. Si triunfa la ciudad humana, histórica, de valores perdurables, pierde el automóvil. Si triunfa el automóvil, la ciudad se desarticula, se fragmenta, pierde carácter e identidad. Por último, la sustentabilidad cultural, aquella que la globalización quiso y no pudo destruir, está permanentemente amenazada por la acción colonizadora de las corporaciones. Aquellas que pretenden un planeta uniformado por las tendencias y las modalidades del consumo masivo.
Toda actividad humana está envuelta en este conflicto de interpretaciones. En lugar destacado la arquitectura cuando se la pretende reducir a una competencia de extravagancias certificadas o el arte encerrado en las galerías y las colecciones privadas, reducido a un “commodity” del espíritu.
De todo esto se habló en un encuentro que, organizado por el artista Silvio Benedetto, se realizó en la Riomaggiore de las Cinque Terre (en la Bahía de Génova) como conmemoración del Bicentenario de la Independencia Argentina el pasado 28 y 29 de mayo.
No hay dudas que el Parco Nazionale delle Cinque Terre es un territorio sustentable, porque desde siglos se hace una agricultura de angostas terrazas escalonadas en donde se han plantado vides, limoneros y olivos, cuya propiedad, así como las casas de los cinco pueblos que integran al “Parco” se suceden de generación en generación. No es una agricultura obsoleta ya que, por el contrario, sus magníficos frutos y productos son cada vez mas reconocidos a nivel regional e internacional, y a los que una cooperativa de productores se encarga de comercializar con éxito.
Las casas de Cinque Terre, se alzan sobre los acantilados (en parte empotradas en los mismos) alcanzando varios niveles con entradas a diferentes alturas. No tienen muros aislados térmicamente, sus ventanas no tienen dobles vidriados ni los edificios juntan el agua de lluvia, pero su imponente presencia genera una irrebatible sensación de sustentabilidad.
Frente a esta realidad, contundente por sí misma, las conclusiones de ese encuentro en que se discurría acerca de la sustentabilidad en general y de la arquitectura en particular, fueron que la sustentabilidad en su sentido más amplio e integrador solo es posible cuando se convierte en paradigma asumido por toda la población y que, por el contrario, la sustentabilidad es imposible cuando la producción, las relaciones sociales, lo urbano y lo cultural queda bajo la influencia absoluta de las “fuerzas del mercado”.
