Guillermo Rodríguez Romar

El 23 de diciembre pasado falleció el entrañable amigo Guillermo Rodríguez Romar, de profesión arquitecto y una muy grande autoridad en diseño de interiores. Además se desempeñó como profesor en escuelas y universidades. Entre otras cosas, trabajaba en la Universidad Católica de la Plata.

Me enteré por mi amigo Guillermo Tella, que era su amigo y con mucho pesar lamentó no enterarse del triste suceso hasta el viernes pasado cuando volvíamos de hacer nuestro programa de radio.

El mensaje llegó por FB y fue muy cortante: “Estimado guillermo me es muy triste darte la noticia del fallecimiento de nuestro amigo común el Arq. Guillermo Rodriguez Romar el 23 de diciembre último. Él hubiera querido que lo supieras eso estoy seguro. Sin más te saluda Arq. Gustavo L.”

En lo personal no me gustan las necrológicas y como periodista sé que para hacer una hay que contar con unos mínimos datos necesarios. No sé el día y año de nacimiento de Guillermo, no sé la composición de su familia (sí que tenía una hija), y no nos reuníamos todas las semanas.

Apenas me enteré empecé a buscar rabiosamente teléfonos de amigos en común, mails, noticias por internet y sólo pude dar con el aviso de un profesor también en FB que tenía algunos comentarios de alumnos, profesores y decía: “La Facultad de Arquitectura y Diseño de la UCALP UAB lamenta la perdida de un buen y querido profesor, el fallecimiento del Arq. Guillermo Rodríguez Romar nos pone muy tristes. Acompañamos a su familia y amigos en este duro momento”.

Cuando leí ese mensaje todavía estaba esperando que la cosa no sea cierta y buscando su teléfono en la guía telefónica para que él me explique por qué andan diciendo que se murió.

De los comentarios que pude recoger todos destacan la importancia que el le daba a la amistad, se lo nombra como una persona creyente, alguien dice que en una charla dijo que todos tenemos “algo mágico dentro”, un “motorcito interno que nos hace sacar fuerzas de flaquezas”; “un profesor extraordinario, una gran persona, dispuesto a ayudar a cada uno de sus alumnos”; “para mí era como un hermano mayor”; “una persona increíble, un profe inigualable”; “una persona que estaba viva y en verdad amaba la vida”; “deseaba crear lo bueno y lo bello”; “un caballero sufrido, con nobleza de Quijote, con mucho para dar”.

Todos sus amigos y conocidos destacan lo mismo y hablan de los mismos valores.

Yo lo conocí siendo su alumno, era un profesor exigente, pedía que estudiemos a veces más de lo que realmente podíamos. Yo también lo recuerdo con su semblante sufrido, pareciendo un Quijote, como que algo no le terminara de cerrar. Era muy crítico de algunos lugares, personas, momentos. Y tenía una sonrisa hermosa, de esas que son de verdad. Cuando Guillermo sonreía, sonreía con todo. Tenía una gran fuerza para transmitir alegría.

Sabemos que se fue un gigante, y lo digo porque lo decía cuando él vivía y porque se lo decía a él. Y uno no anda por la vida diciéndole a todo el mundo que es un genio, que hay pocos así, que le está dando mucho a sus alumnos. Era un monstruo, un gigante, una persona enorme. No se fue cualquier tipo, no se fue sólo un buen hombre. Se fue alguien que hacía magia y, como dice más arriba, se fue un creador de lo bueno y lo bello.

Son esos momentos en donde uno todavía no cayó, en donde uno no quiere que el mundo siga girando. ¡El mundo debe parar!

Como en el poema de Auden, necesito decir que dejen todos sus trabajos, vayan a sus casas, tápense con la sábana y déjense estar. El ha muerto.

Sabemos que el sol nos acompañará todas las mañanas y que deberemos aprender a convivir con el dolor. Pero es imperioso destacar que la pérdida es inmensa.

Nos vemos en el cielo si Dios quiere Guillermo, con tu sonrísa grandota y ya sin exámenes que rendir.

José Carmuega
Jefe Editorial, Revista VIVIENDA