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Cuando la ciudad nos habla

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por Guillermo Tella y Rodrigo Silva

El sistema social constituido funciona dentro de un determinado orden. En ese orden, la construcción del espacio es también de carácter simbólico. El espacio se organiza a partir de zonas con distinta calificación y precio y son ocupadas por sectores sociales distintos, con demarcaciones distintas. Con lo cual, permite mantener la diferenciación de actores en la distribución del territorio.

El orden en el territorio está señalado a través de marcas simbólicas que coinciden con la normativa vigente: la división en zonas del municipio (plano de zonificación); el tipo de trazado urbano (reticular, estelar, irregular, etc.); infraestructura y equipamiento disponibles (redes, plazas); la vegetación del lugar y el cuidado de la zona (limpieza); la accesibilidad con que cuenta y los precios del suelo. Se trata de elementos que permitirían indicar un status urbano de la zona. De este modo aparece el orden como expresión de una amplia y compleja red de actores interrelacionados y de una constelación de signos que demarcan el territorio.

Hablamos entonces de un nuevo mecanismo que interviene en la construcción de la ciudad. ¿Cuáles son entonces esas marcas simbólicas? El tipo de construcciones, el mantenimiento edilicio, tipo de vivienda, estado de la edificación, materiales predominantes, expresan el mayor contraste social y económico de un barrio que al mismo tiempo coincide con el orden que expresa la acción del Estado: zonificación, retícula, trama, uso del suelo, infraestructura, equipamiento, ancho de las calles, vegetación, mobiliario urbano, el cuidado de la zona, la seguridad, la accesibilidad, el valor del suelo, en la calidad del espacio público. Estas marcas se ordenan en el territorio a partir de diferencias que expresan un orden.

Un status de lugar

La representación de áreas de precios, cuidado de la zona, mantenimiento edilicio, dotación de infraestructura, etc., define áreas homogéneas. La observación de estos indicadores sobre un área determinada permite construir mapas que expresan las marcas simbólicas del lugar. Esto conforma determinados parámetros que pueden leerse a distintas escalas: parcela, manzana, sector, zona, etc.

Desde esta perspectiva, se intenta dar cuenta de las divisiones físicas y simbólicas detectadas y la distribución de los distintos sectores sociales en el espacio construido. La organización del espacio, la consistencia del tejido, el tratamiento paisajístico, la valoración inmobiliaria, el carácter de la trama, los sistemas de control, el cuidado del entorno y los tipos de regulación constituyen algunos de los principales ejes examinados.

A partir de la construcción de una variable compleja, capaz de definir el acceso real de la población a la ciudad en un área de estudio, desde ámbitos académicos se ha comenzado a diseñar instrumentos de actuación que tiendan a fomentar un modelo de ciudad que reduzca las diferencias entre el derecho y el acceso real de los distintos sectores sociales al espacio construido.

El orden en la ciudad

La ciudad es una construcción protagonizada por el conjunto de los actores de una formación social que se origina en su accionar en los procesos de reproducción de sus vidas en un territorio concreto. Las acciones y las prácticas que los actores sociales realizan en ese marco van construyendo la sociedad, la economía y el espacio urbano. La espacialización de esas acciones y prácticas implica la distribución no arbitraria de trabajo, tiempo, funciones y personas, que aparecen muy precisamente organizadas en el territorio a fin de obtener la máxima eficiencia en la reproducción de las inversiones realizadas, mantener el orden y las diferencias alcanzadas entre los actores.

El espacio urbano expresa múltiples significados que se organizan en el territorio en base a la decisión de actores mediadores, tales como el Estado o los inversores privados, que transforman el espacio urbano de un modo organizado que es aceptado por todos los actores sociales que lo ocupan. Esta lógica se impone, se acepta y expresa el poder de decisión. El carácter de signo de un fenómeno no está dado por lo que ese fenómeno es, sino por lo que representa ser.

Tan fuerte es la acción de representación en torno a los signos que no solemos reconocer esa asimilación: solo podemos pensar por medio de signos, por representaciones mentales de objetos. Con lo cual, el signo está en lugar del objeto y lo representa por convención mediante símbolos. Por lo tanto, la diferenciación simbólica intencional del espacio tiene un correlato con el modo de producción y con la lógica de la obtención del máximo beneficio.

El espacio urbano culturalmente cargado de signos se explica a sí mismo a partir de una diferencia privado-público. Lo público debe expresar un orden uniforme, garantizando una lógica en el territorio; lo privado depende del propietario de cada parcela. Las representaciones mentales con que opera cada individuo sobre hechos o fenómenos se realizan mediante signos que al socializarse forman un sentido común, un significado social y cultural para con los objetos.

Marcas en el territorio

En la ciudad existen signos que se vuelven símbolos, íconos e hitos que actúan sobre la subjetividad, que reproducen ideologías, que marcan diferencias y ordenan el territorio. Las marcas simbólicas son parte constitutiva del proceso de construcción de la ciudad. El Estado sostiene el orden en el territorio, el mercado lo diferencia y se ordenan las relaciones de poder y las distancias sociales. La diferenciación del territorio se vuelve también simbólica en el discurso social, que se expresa en el territorio ordenado y se instala como un nuevo mecanismo que interviene en la construcción de la ciudad.

Las marcas expresan diferencias en el territorio, que poseen características simbólicas que hablan de mayor o menor calificación urbana, social, económica, y que articulan distintos objetos, tipologías y factores: tipo de vivienda (casa, rancho, etc.); altura de la edificación y estado de conservación de la edificación; material de construcción predominante; características de la calle y la vereda; y calidad del espacio público (equipamiento y provisión de servicios). Esta diferenciación es definida por la normativa que regula el espacio público y el privado.

En el espacio urbano encontramos un doble discurso o dialógica. El del “orden” -dado por el Estado- y el de la “diferenciación” -a partir de la implementación de diferenciación del espacio construido, en base a los precios según calidad urbana-. La diferenciación simbólica se muestra con elementos de status, de poder, de nivel socioeconómico, de exclusividad, de diferencias graduales.

La ciudad adquiere una entidad discursiva. Ofrece símbolos, signos, íconos que expresan las relaciones sociales entre actores que los conformaron. En la ciudad entonces aparece un discurso diferenciador que expresa la lógica sobre la que se reproduce el sistema complejo en que nos desarrollamos, sin que notemos esas diferencias como anormales, ya que es parte de nuestra cultura. La ciudad nos “habla” de propiedad privada y de diferencias entre sectores, y nos expresa poder, diferenciación y orden: la calle para los automóviles, la vereda para el peatón, la circulación como permiso dado por el orden, instituido y estructurado.

+info: http://www.guillermotella.com/articulos/hacia-un-status-de-lugar-orden-poder-y-diferenciacion/

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