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Renovado con estilo. Colegio Mariano Acosta

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Tras derrumbes y años de una lenta obra, el centenario colegio de Balvanera recupera su patrimonio. Otros aún esperan el milagro.

Un día el techo se cayó. Sucedió en el Mariano Acosta, ese colegio creado por Domingo F. Sarmiento en 1873/74 y que, tras pasar por varios domicilios, en 1889 se alojó en su sede actual de la calle Urquiza 277, en Balvanera.

El Acosta es una de esas escuelas públicas que en su último libro, Palacios sin reyes , la investigadora Claudia Shmidt caracterizó como edificios que debían crear un escenario especial: “La posibilidad de igualación y ascenso social –los más humildes se van a encontrar con los compañeros de ‘elevada y pudiente alcurnia’ y no viceversa– sólo podría darse al pisar los umbrales de unos ‘soberbios monumentos’. Tal como otros de su estirpe construidos a finales del siglo XIX, la Escuela Petronila Rodríguez (actual Palacio Pizzurno), la Escuela Graduada de Niñas de Perú 782 o la Escuela Sarmiento de la avenida Callao, este tipo de escuelas-palacios fue parte de un deliberado dispositivo educativo impulsado por la sanción de la Ley 1420 de educación primaria, obligatoria, gratuita y laica en 1884, durante la presidencia de Julio A. Roca.

La gesta no fue menor: entre 1882 y 1886 se inauguraron 54 instituciones primarias en Buenos Aires, un número que para entender su importancia y dimensión Shmidt señala que “sobrepasaba la sumatoria del resto de la edilicia pública de la época”.

La caída del cielorraso del Acosta en 2007 fue un símbolo del abandono y deterioro en que cayó la educación pública en las últimas décadas. Los alumnos de la primaria y la secundaria tuvieron que reubicarse en otros colegios y así siguieron un accidentado año lectivo hasta que hubo unos precarios arreglos. En 2010, nuevamente, derrumbes: cayeron pedazos de mampostería poniendo en riesgo a toda la comunidad educativa. ¡Fue en el mismo año en que celebramos el Bicentenario! Y con él, la recuperación del Teatro Colón, obra del arquitecto italiano Francisco Tamburini, el mismo que diseñó el Mariano Acosta.

Vaya paradoja, el Colón recuperando todo su esplendor y los chicos del Acosta en la tele mostrando en sus manos los pedazos de mampostería caídos. ¿Por qué para unos, todo y para otros, nada? ¿El Acosta era el hijo bobo de Tamburini? Su comunidad educativa no lo entendió así, no se resignó. Salió a reclamar y se comprometió con la recuperación del edificio.

La respuesta del Gobierno porteño finalmente llegó y empezaron las obras de restauración. El edificio presentaba patologías diversas: escaleras y cielorrasos en estado crítico; humedades tapadas con pinturas inadecuadas que no dejaban “respirar” a los muros; bovedillas que se venían abajo; molduras y elementos decorativos cuyos anclajes habían perdido estabilidad.

El principio de la intervención fue la autenticidad, intentando recuperar el sentido original de la obra. Hubo que sacar capas y capas de arreglos y parches sin criterio a través del tiempo y reemplazarlos con materiales nuevos, pero manteniendo las referencias técnicas del pasado. Hoy, las obras de restauración están casi listas. Sus frentes e interiores ya no tienen el tono gris al que nos habíamos acostumbrado. Recuperaron su vital color ocre que, según aseguran los especialistas, fue el original.

Hay otros palacios porteños que están pidiendo socorro. En Moreno 350 está el Museo Juan Bautista Ambrosetti, nombre del autodidacta en ciencias naturales que organizó por primera vez expediciones arqueológicas al Norte argentino. Fue diseñado por Pedro Benoit, el mismo que proyectó el damero y las diagonales de La Plata. Pero además tiene el galardón de ser el primer edificio construido por la UBA, destinado en un principio a albergar la Facultad de Derecho.

Su frente, de unos 28 metros de altura, entró en restauración. Se recuperó la fachada de la planta alta y el grupo escultórico superior, pero el 26 de julio se retiraron los andamios y la obra quedó en suspenso a la espera de fondos para terminar lo que queda pendiente de la fachada de la planta baja. La colección del Museo –que comenzó en 1860– tiene más de 10 mil piezas de culturas originarias de todas partes del mundo. Es visitado por 400 colegios por año. Sobran motivos para recuperarlo.

Fuente: Clarín, 02/08

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