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El puente colgante de Jánovas

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La última reliquia en pie de la ingeniería del siglo XIX

A pocos kilómetros de Fiscal, en la carretera que lo une con Boltaña, en el Pirineo oscense, se levanta el único puente colgante original que queda en pie en España del siglo XIX. Estructura que mantiene sorprendentemente los cables originales de 1881, lo que lo que la convierte en un caso insólito en toda Europa.

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Durante la década de los cincuenta del pasado siglo se redactó el proyecto para el embalse y salto hidroeléctrico de Jánovas. El proyecto contemplaba la inundación del núcleo urbano y de sus adyacentes Lacort y Lavelilla. España, y el mundo en general, se encontraba en el auge de la construcción de presas y embalses y el río Ara no escapaba a estas actuaciones.

Aguas abajo del núcleo urbano, en el antiguo camino, está el puente. Como en tantos otros proyectos el mejor emplazamiento para construir la presa era el suyo, por lo que estaba condenado a desaparecer. Al no construirse el salto y quedar abandonado la estructura quedó sin apenas tráfico y esto propició su menor deterioro, gracias a lo cual hoy podemos disfrutarlo. Los demás puentes colgantes del siglo XIX en España cayeron o fueron destruidos. Volvamos atrás en el tiempo.

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Cuando pensamos en puentes colgantes a todos nos viene a la cabeza el Golden Gate de San Francisco, el de Brooklyn de Nueva York o, más cerca, el 25 de abril de Lisboa.

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Grandes estructuras que vertebraron ciudades y permitieron el desarrollo de una región y que constituyen los mejores ejemplos de la última etapa de una historia que estuvo plagada de accidentes, mortales en muchos casos.

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Este tipo de puentes que tiene sus antecedentes en los remotos pasos de lianas, se desarrollaron con la industria hierro y comenzaron a construirse en los primeros años del siglo XIX en Norteamérica. En Europa uno de los primeros ejemplares fue el Union Bridge, entre Inglaterra y Escocia, diseñado por el Capitán de la Marina Inglesa Samuel Brown en 1820.

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Eran estructuras muy rápidas y sencillas de montar y, por lo tanto, mucho más económicas que los puentes de piedra que se construían desde la antigüedad. Este ahorro motivó que proliferaran en las primeras décadas del siglo. En España el primero fue el puente de Burceña, en Barakaldo, de 1922 y el segundo en Bilbao, el de San Francisco, en 1828. Eran puentes de tableros de madera que colgaban de cadenas, como las del puente de Budapest, por ejemplo.

Con el desarrollo industrial y la mejora tecnológica las cadenas con las que se conformaban los cuelgues evolucionaron a cables.

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Hasta mitad de siglo XIX se construyeron en España catorce puentes colgantes de diferentes tamaños. Para hacernos una idea de la repercusión que tuvieron estos puentes de los que quedan muy pocos ejemplares en Europa, cabe destacar que mientras que en España se construyeron dos docenas en Francia se construyeron más de doscientos. Y es en este punto, a mitad de siglo, cuando llegaron los problemas.

El primer aviso de que esta tipología podía tener problemas estructurales se produjo en Broughton, cerca de Manchester, donde en 1831 murieron 66 soldados al pasar por su puente colgante. Pero el accidente que lo cambió todo ocurrió en Francia en 1850, en el puente de Basse-Chaîne sobre el río Maine, en Angers. Durante una tormenta 226 soldados fallecieron al caer el puente mientras lo cruzaban, en una de las tragedias más importantes de la historia de la ingeniería.

Ante tal desastre el ministro del Interior francés escribía a los prefectos una circular sobre los peligros de los puentes colgantes. Y pocos días después el puente de Roche Bernard, de casi 200 metros de luz, se hundió por efecto del viento. Este último hecho motivó que este tipo de estructuras quedara proscrita durante décadas en el país vecino.

Mientras en Europa los puentes colgantes se dejaban en suspenso unos años, en Norteamérica un ingeniero alemán emigrado patentaba la fabricación del cable trenzado. Se llamaba John Roebling y con su invento fue capaz de construir el puente de Cincinatti y, posteriormente, el de Brooklyn; llegando más lejos de lo que nadie había llegado y transformando Nueva York en lo que hoy conocemos.

En el límite del desarrollo industrial Roebling había dado con la clave de la fabricación de cables y los métodos constructivos que propiciaron el desarrollo de todos los grandes puentes colgantes de América en la primera mitad del siglo XX.
Volviendo a España, el pavor que produjeron los puentes colgantes en el resto de Europa repercutió en los nuevos diseños; donde, por ejemplo, el proyecto de colgante que ya se había entregado en Valladolid fue cancelado y se cambió de tipología a una de arco con tablero inferior (Bow String), que es la que se puede contemplar hoy en día. Puente al que curiosamente se le llama “Colgante”, en honor a aquél que no se llegó a levantar.

Pese a ello, en España todavía se construyeron otros diez ejemplares más hasta final de siglo, entre los que cabe destacar el Puente Colgante de Vizcaya (Portugalete) y el de Jánovas.

El Puente Colgante de Vizcaya, de 1893, es el otro puente colgante que queda en pie del siglo XIX. Es el primer puente transbordador del mundo y podemos todavía apreciarlo gracias a la excelente reconstrucción terminada en 1941 tras su destrucción en la Guerra Civil. Y esta, la voladura durante guerras civiles, es una de las causas más importantes de desaparición de los puentes colgantes en España, unida a las riadas y al desmantelamiento por deterioro.

Con el tiempo los puentes colgantes se convertían en una carga económica muy importante para su mantenimiento por los ayuntamientos, en muchos casos faltos de fondos y de personal técnico para mantenerlos operativos. Para cuando se proyectó el embalse y el salto hidroeléctrico, Jánovas era ya el último puente original de su estirpe.

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Construido en 1881 con el sistema de los hermanos Seguin, el puente de Jánovas mantiene los elementos originales de su construcción tanto en las torres como en los cables de cuelgue tras 137 años.

El tablero de madera, si bien parece en muy buen estado para ser el original, es suficientemente antiguo como para no arruinar la experiencia. Jánovas pertenece a esa familia de puentes construidos en materiales que conocemos: piedra, madera… Que puedes imaginar cómo suenan las tablas, cómo huelen sus materiales y hasta anticipar el movimiento del tablero por estar colgado de cables.

En nuestra mente los puentes son estructuras muy rígidas, con muy pocos movimientos. Esto se debe a que los ingenieros ahora manejan términos como el confort de los usuarios, es decir, si el puente se mueve demasiado nos parece inseguro, pese a que no lo sea. Pero esto es algo que se mejoró en el siglo XX debido, entre otras, a las amargas experiencias del siglo que nos ocupa. En aquella época se asumía que los puentes colgantes se movían mucho, e incluso era algo que se llevaba con elegancia, como demuestran las canciones que se cantaban en Bilbao a su puente de San Francisco.

El puente ha sido declarado Bien de Interés Cultural, por lo que es de esperar que se respetarán sus cables y todos sus aparejos, que constituyen un caso único para entender cómo se fabricaba y construía hace más de un siglo.

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