La restauración y mantenimiento de la riqueza patrimonial de nuestras ciudades tiene que ser sin dudas una de las prioridades de la política de obras públicas en el país. Si bien es cierto que durante décadas en Cuba se ha ido fomentando toda una cultura de la conservación y rescate de inmuebles con alto valor patrimonial, sobre todo vinculados a los principales polos turísticos y centros históricos de las principales urbes, también lo es que muchas de estas obras requieren de inversiones demasiado costosas para poder asumirlas a la vez, y todavía ocurre que no pocas veces es mucho mayor el ritmo acelerado del deterioro que las posibilidades económicas para enfrentarlas.

Por eso resulta tan significativo el rescate que en estos momentos tiene lugar en la capital de edificios emblemáticos de la historia y la arquitectura cubanas, donde sobresale tal vez como su máximo exponente la reparación en marcha de nuestro querido y a veces vilipendiado Capitolio.

Esta monumental construcción que tanto simbolismo tuvo y tiene para la nación, desde su función original de sede del Parlamento, hasta por su utilización como punto de referencia o kilómetro cero para la medición de las distancias, es una mole cuya reparación sobresale por la complejidad de las labores que allí se acometen para devolverle su esplendor.

El vínculo del edificio con periodos históricos de intensa lucha social y también con otros episodios mucho menos gloriosos relacionados con la politiquería de épocas pasadas, además de cierto complejo posterior generado por comparaciones quizás algo injustas sobre sus presuntas semejanzas con otras edificaciones foráneas o por las motivaciones originales para su construcción, no pueden restar importancia ya en la actualidad a su valor arquitectónico y significado patrimonial y a su reconocimiento por parte del pueblo cubano como una referencia entrañable para nuestras vidas.

Preservar El Capitolio con su legado de leyendas y tradiciones, con su belleza estética, y repletarlo en el futuro de contenidos e hitos que nos hagan sentir orgullo por su papel en la vida ciudadana de la nación, es una responsabilidad que tenemos los cubanos y las cubanas de hoy, como otra de las herencias que podemos dejar a nuestros hijos e hijas, en una obra que siempre será símbolo de nuestra ciudad y cultura, de nuestra historia y pasión.

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